Esta sección comandada por Máximo Cáustico, un amigo que tiene un gran nombre pero no revela su rostro, viene dando de qué hablar. Hace rato que inspira escritos que son paridos con el expreso interés de ser publicados en estas páginas, como este sentido texto de estudiantes 1º y 2º de la EEMPAA Nº1336 del barrio San Agustín II. Como saben, en abril se cumplieron veinte años de las inundaciones de 2003 y nos propusimos hacer memoria durante todo el año. Aquí, cumplimos con nuestra palabra.
El agua vino bramando,
pobre quedé
Ni rancho ni cobija
he de tener
Del pago no me han de sacar
donde nací peleando
A la corriente he de vivir
el cielo ya está aclarando
Así ha de llegar el día
en que volveré a levantar
mi rancho en Santa Fe
Los inundados, de Isaac Aizemberg y Ariel Ramírez
El 29 de abril de 2003 una intensa lluvia provocó el desborde del Río Salado, que atravesó una defensa sin terminar. Nuestras madres preocupadas por nuestros hermanos y nosotros. Muchas familias quedaron en la calle, sin sus hogares, perdieron todo: los recuerdos y lo construido con el sacrificio de años trabajados.
Pasamos del abrigo del hogar a la estadía en lo desconocido: el polideportivo municipal esperándonos con ropa seca y una sopa tibia. Las manos de la gente que se hizo eco de nuestros gritos de auxilio. El servicio militar y demás dependencias buscando gente en los barrios para llevarlos a un refugio, desprendiéndolos de sus cosas que ya eran parte del agua del río.
Días y noches sin luz, con el agua fría y sucia haciendo de las suyas, destruyendo y borrando todo a su paso. La impotencia de no poder hacer nada y la incertidumbre de escapar para esquivarle un poco a la muerte que iba entrando a golpes por las grietas de los barrios castigados por el desborde del río.
Después de eso había que arrancar de cero, pero a partir de una hoja marcada por la desidia y el abandono de quienes no nos cuidaron, de quienes no concluyeron las obras a tiempo. Unos pocos escombros, fotos borroneadas y muebles hinchados. Las paredes que delataban lo mucho que el río había arrasado, y la heladera de Mirta, sola ahí flotando, fue la única sobreviviente de semejante catástrofe.
Hoy, 20 años después, queda grabado en nuestras memorias. Desde las aulas, haciendo justicia a través de estas palabras, para que no vuelvan a caer nuestros ranchos en manos de la injusticia. Haciendo del silencio una lucha colectiva, que a través de este relato la memoria quede viva.
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