El ombú de la Echagüe

Pero qué se cree esa estirada. Como que si nunca se mandó una macana. Además acordarse de esas cosas es de sisañera. Por eso no me gusta, no mijita, eso de andar por ahí espolvoreando chismerío gratis. Ya decía yo, algo tenía que pasar. No podía salir todo bien. Igual no me quedé callada, por supuesto que no.

De la torta de cumpleaños no habían quedado ni las velas. En verdad porque no hubo velas pero sí bengala, de esas que duran un ratito y hacen humo como espiral barato. Chisporroteó llenando de estrellitas el centro de la foto. Cuadrada y sabrosa, con cobertura blanca y el nombre de la escuela hecho con manga y dulce de leche, la torta donada por la Cooperadora alcanzó justo para todos los presentes. El cumpleaños de la escuela del barrio había convocado, especialmente y por esa vez, a la promoción clase cincuenta y cinco que reunía a muchas abuelas y abuelos de estudiantes actuales.

Pasa que la escuela se había creado a fines de los años veinte, pero recién con el segundo plan quinquenal del peronismo logró construir el edificio propio, que es donde está ahora. Y a iniciativa de un grupito de séptimo, se invitó a las egresadas de aquella promoción para compartir el festejo de cumpleaños.

Después del acto que fue breve, del reconocimiento a las otrora egresadas, de la torta con el infaltable feliz cumpleaños regado a lágrimas de nostalgia, sobrevinieron las fotos en blanco negro circulando de mano en mano como las anécdotas, que fueron poniendo viva voz a la mañana calurosa que lentamente pegaba las ropas al cuerpo y no había ventilador que se la banque en el salón principal.

Cuando la foto de la Patri apareció entre los folios de un álbum marrón y ajado, que vaya a saber cómo había sobrevivido a las inundaciones posteriores, empezaron los comentarios. Al principio lo de siempre, similar en todas las fotos: «mirá lo que eras», «te acordás el portafolio, que tenía traba y candado», «qué cara de pícara Patri, seguís igual». Pero fueron ganando confianza hasta que se escuchó, desde la punta de la mesa, el chiste que no había que hacer.

Pero qué se cree. Si a todos nos mandaban al ombú. Por cualquier cosa. Quién no se pasó mañanas sentada bajo la sombra, mirando pajaritos. A mí que no me digan porque me acuerdo bien. Además, una cosa es que te reten y te saquen de penitencia una vez, dos veces. Pero ya ser la dueña del ombú. Reventada!

El chiste rápidamente fue disipado por otros comentarios y nuevas fotos que aparecían desatando una catarata de recuerdos, imparables. Como si lo hubieran vivido ayer. Reunida alrededor de la mesa, entre fotos, galletitas y recuerdos, la promoción cincuenta y cinco revivía por un momento sus años en la querida escuela primaria Pascual Echagüe. Pero a la Patri le quedó resonando el comentario entre la mueca de sus labios. «La dueña del ombú». Todos sabían lo que quería decir. Aunque el ombú ya no existiese. Aunque ni siquiera las maestras de ahora lo sepan. Aunque no haya sombras ni penitencias tan memorables. Todos allí sabían.

Por eso, en un instante de silencios, refugiadas en sus memorias de infancia y guardapolvo, mientras en el salón principal el piberío corría y jugaba esperando que toque la campana, la Patri desembainó su astucia revelada: «se acuerdan del viaje a Rosario, en sexto?». Sabía que la Polaca no había ido. Recordaba perfectamente que el último año de la primaria en el nuevo edificio había coincidido con el golpe del `55 y que al padre de la Polaca, ferroviario del Mitre, lo habían mandado a Laguna Paiva y ella se perdió casi dos meses de escuela, viaje, festejo de la primavera y graduación incluidos. Sabía y porque sabía tiró la piedra de la misma manera que soltó la mueca de los labios para levantar la voz y devolver el cumplido. Ya está, no se iba a quedar con las ganas.

Igual ir al ombú me gustaba. Era lindo, porque nos chistábamos con los de quinto o jugábamos a encontrar bichos bolita entre las raíces que asomaban por el suelo. Se llenaba de pajaritos y el sol se filtraba en gajos. Dueña no fui nunca, pero qué lindo cuando me mandaban al ombú. Lástima que después lo sacaron…