El nene de azul, el chico con la pelota, el pibe al frente, el varón al asador, el señor con la billetera y el viejo sentado en la punta. Escuchamos que eso es cosa de antes, que las cosas han cambiado, ¿será cierto, che? En esta nueva aventura, recuperamos relatos propios y de personas de distintas edades que se identifican como varones para pensar cuánto hay de nuevo en las formas de construir las masculinidades. ¿Esto significa que las voces que recuperamos son representativas de lo que cambia y perdura? Para nada, pero miren qué interesante para pensar(nos).
Entre gritos y silencios
Entre familiares, amigos y conocidos, a la hora de entrevistar elegimos varones que, además de ser de diferentes edades, tuvieran distintas pertenencias, intereses y recorridos. En algunos casos charlar fue particularmente difícil y en esto la edad no hizo mella. “Los amigos que suponía que iban a tener respuestas más conservadoras porque están en contra del feminismo o que creo que no se hacen ciertas preguntas, directamente no quisieron responder”, cuenta uno de nosotros. Entre algunos que sí respondieron, también nos encontramos con resistencias: respuestas cortas, uso de tercera persona sin incluirse en la respuesta (“…el rol del hombre hoy…”) y palabras difíciles que no parecen haber pasado por el cuerpo (“deconstrucción” y “feminizado”, a la cabeza). En fin, mucho gre gre para…
En algunos casos, sin embargo, aunque comenzar la charla fue difícil, lo logramos y vivimos experiencias muy interesantes. Un varón de casi cuarenta, por ejemplo, en el transcurso de la charla se permitió identificar que desde chico se había “acomodado en el privilegio” y entonces le costaba la reflexión. Por otro lado, la charla entre una adolescente entrevistadora y su abuelo, quien prefirió tener con antelación las preguntas y ponerlas por escrito antes del encuentro, seguramente marcará la historia de ese vínculo.
¿Y por casa?
La indagación también implicó pensarnos a nosotros y nosotras mismas en talleres grupales. Una de las propuestas, que un joven papelonero acercó al grupo diciendo que simplemente se trataba de “un juego para entrar en calor”, implicó reconstruir las historias familiares prestando atención a nuestros antepasados varones. Este ejercicio fue incómodo, por momentos nos dio risa y también provocó lágrimas. Recuperamos historias de varones que no saben cuidar, que abandonan y se abandonan, que lastiman, reprimen deseos propios y ajenos. También celebramos la ternura de algunos abuelos que se salen del molde, las rebeldías de padres al deber ser varonil, los cambios entre primos y hermanos que habilitan la esperanza. A veces, también, idolatramos algunos gestos de varones que quizás no festejaríamos tanto al provenir de mujeres, al tiempo que nos quedamos pensando en cómo, aunque a veces creemos que somos personas que problematizan los roles de género, es posible encontrar huellas de esos modelos que queremos destruir en nuestras personalidades y decisiones.
El aguante
Si pensamos cómo se define socialmente el ser varón, qué se espera y piensa de la masculinidad, ninguno de los varones que conocemos podría encajar en el molde. Además, como señalan nuestros entrevistados, cada beneficio y privilegio por sobre las mujeres o identidades feminizadas que estas características implican, al mismo tiempo significa cargar con mucho, mucho peso.
Varones de todas las edades señalan la importancia asignada, desde la infancia, a la fuerza y resistencia física, a la destreza en el deporte y la posibilidad de soportar el sufrimiento, sin chistar. “Muchas veces se me ha considerado poco hombre por no jugar al fútbol, por ser tímido o sensible”, cuenta un treintañero.
¿Sigue pasando que los varones no lloran? Marcadamente entre mayores de 40 y 50 el llanto parece como algo que cuesta “soltar” incluso en momentos de extrema tristeza en la vida: cuando “aprieta el pecho pero el llanto no sale”. En esos momentos, aparecen las mujeres, generalmente la propia compañera, como quienes pueden “drenar el sufrimiento”, se animan a llorar y al mismo tiempo bancan los trapos. En relación con esto, entre los entrevistados mayores, vemos una importante coincidencia: la demostración de afecto y ternura, la posibilidad de develar la propia debilidad y llorar se reserva a la pareja.
Entre los más jóvenes, nos encontramos con el estereotipo de joven que va al frente, demuestra su vigor y “se la banca”, lo que a veces en los barrios significa querer demostrar aguante como estrategia para resistir y zafar cuando las violencias de las fuerzas represivas y sus complicidades con el narcotráfico se ponen de acuerdo para “hacerte sentir menos”, “que sos el de más abajo”. Sin embargo, también nos encontramos con jóvenes varones que se caracterizan por su sensibilidad frente a diferentes expresiones artísticas, por prácticas de cuidado y autocuidado en las que se permiten distintas formas de disfrute y emotividad y la participación en espacios colectivos que buscar transformar las relaciones de géneros junto con compañeras que luchan por salir del lugar de debilidad que, por oposición, se les asigna.
Acá recordamos una preocupación histórica de las trabajadoras de salud de barrio San Lorenzo: “Es difícil atraer a los varones al Centro de Salud, no se atienden”. Sin embargo, nuestros entrevistados de menos de 30 nos cuentan que cada vez buscan atender y cuidar mejor su cuerpo. Acá también aparecen algunas alertas: “Hay varones que se pintan las uñas, se cuidan y pueden parecer muy sensibles, pero guarda que no por eso necesariamente se cuestionan sus privilegios y dejan de ejercer violencia”, alerta un joven entrevistado.
Parar la olla
Para algunos varones, sobre todo de las generaciones más grandes, el varón sigue siendo sinónimo de proveedor, de quien aporta dinero al hogar. Esto queda en evidencia cuando los varones que estuvieron toda la vida trabajando exclusivamente afuera de su casa se jubilan y no encuentran los modos de compartir el trabajo doméstico y de cuidado; incluso cuando comienzan asumirlo no lo pueden reconocer y valorar como trabajo: “Mi papá dice que no hace nada, que no trabaja más, que no produce, pero se la pasa atendiendo a mi mamá que necesita de sus cuidados”.
Entre las generaciones más jóvenes nos encontramos con otras formas de hacer familia que permiten pensar diferentes modos de distribuir el trabajo y el dinero, las responsabilidades, el cuidado y el sustento del hogar. Sin embargo, y sabemos que no es ninguna novedad lo que diremos, las mujeres (sobre todo si son madres) siguen concentrando la carga de trabajo no pago y reconocido: el de limpiar, guardar, cuidar, criar, cocinar, atender enfermos, acordarse de las cosas importantes para el día a día. Joven progresista que estás leyendo esto: tu vieja no es tu esclava, ¡recordalo!
Nací varón
Si acaso pudimos identificar variadas formas de ser varón, algunas más cerca y otras más lejos de los modelos que se han construido históricamente, también entre los más jóvenes apareció la posibilidad de dejar de identificarse con la masculinidad. Quizás en este punto encontremos una singularidad entre generaciones: entre algunos jóvenes varones aparece la reflexión –o al menos la pregunta– sobre la masculinidad como una construcción, que entonces no queda asociada biológicamente a nacer con pene ni puede pensarse como una verdad hasta la muerte, pero entre los más grandes esto brilla por su ausencia. Incluso entre señores que cuestionan sus privilegios y nos cuentan cómo luchan diariamente por cambiar y cambiar su entorno, las preguntas que apuntan a pensar cómo fue el proceso en el que se identificaron y construyeron como varones no se comprenden y cuesta entablar este asunto como tema de conversación: “¿En qué momento sentí que me estaba haciendo varón?, ¿cómo? No entiendo. ¡Si yo nací varón, no sé cómo viene la pregunta!”
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