Hace unos días leía una crítica sobre Roma, la aclamada y premiada película de Alfonso Cuaron, que narra un período en la vida de una familia (pareja de profesionales) de clase media en México a principio de los 70.
El detalle a marcar, que no lo es tanto, es la cuestión del tempo narrativo. El artículo, y cito, decía: “no sabemos cómo tomará el gran público la primera media hora del film”. Primera digresión y pregunta obligada: ¿a qué se referirá con el gran público?, ¿a personas de más de dos metros y más de cien quilos? Me parece que no, y que quien lea esto sabe que se refiere a la masividad que asegure la rentabilidad del negocio. Punto, esa es la traducción de el gran público.
¿Por qué aparecía esta duda en el artículo? La crítica, parcialmente velada, obedece a una razón fundamental: la primera media hora se detiene en detalles de cómo es la vida de Cleo, personal de “limpieza y anexos” (siempre hay abusos en las tareas no delimitadas) de la familia. Cleo es Oaxaqueña y, además de castellano, habla mixteco, su lengua natal. Cleo lava y cuelga la ropa, cocina y sirve, abre y cierra puertas, consiente y educa a lxs niñxs, junta caca de perros y es, ciertamente por lo que vemos, maltratada.
El prejuicio que marca la duda en el artículo es que, conociendo como se ha esculpido el paladar de ese gran público del cine, el que concurre y paga, no esté interesado en la vida de las Cleo y, mucho menos, en el tiempo que se toma el director para contarlo.
Como observadores del hecho audiovisual hacemos una estimación del ritmo con nuestros propios conocimientos que son generalmente escasos. Se escucha decir: “a esa peli le falta ritmo”, confundiendo vértigo de ediciones con ritmo audiovisual; como quien arriesga que el vals no tiene ritmo porque va lenteja la cosa. El gran tema es que tiene ritmo, en tanto manera de sucederse los hechos, pero es un ritmo para el cual no nos han preparado y claramente no les conviene que aceptemos.
Nos necesitan urgentes para consumir sin pensar, irreflexivos para avalar sin profundizar, prejuiciosos para denostar sin conocer.
Releo y tengo la sensación de arriesgar que el huevo estuvo antes que la gallina; y si bien no estoy seguro de esto (si el público construye el cine que vemos o el mercado moldea los gustos), sí puedo decir que cuando aparecen los factores dinero/poder o viceversa, no es para nada descabellado pensar que es muy cierta la construcción cultural para inducirnos hacia ciertos tipos de consumo.
Pensemos juntos. ¿En qué porcentaje de nuestras apreciaciones formamos parte de ese gran público? Respuesta que necesita capacidad de autocrítica y sinceridad. ¿Por qué Cuaron se toma “tanto tiempo” para hacernos observar a Cleo? Se me ocurre que nos necesita ahí, nos quiere ahí, sin escapatorias, en la abstracción de la gama de grises, en un cine y sin control remoto para zapinear, en la rutina cadenciosa y simple de esos pasos por la casa apagando las luces (en una escena de alta complejidad).
En tiempos de compulsión noticiosa, de frenético consumo, nos invita a la permanencia; porque la persistencia en la imagen siempre quiere decirnos algo más. Esa es Cleo pero también somos nosotros tomando mates antes de ir al trabajo, capeando la rutina de los oficios y mariscando en las calles de una Latinoamérica eternamente injusta. El realizador hubiese podido resumir esa media hora en tres o cuatro minutos pero, sin embargo, eligió otra cosa. Quizás, lo que deberíamos preguntarnos es si lo que no queremos ver en pantalla es nuestra propia y rutinaria existencia dentro del sistema.
No es una cuestión de estilo solamente, no es una vanguardia de nada, es una apuesta de tantas que intenta mostrar otras formas de apreciación, una alternativa para comenzar a desarticular una matriz profunda cuyo modelo se aplica a otras expresiones culturales.
Cuaron, ¿es un innovador? No. ¿Es un cineasta excelso? Conoce su oficio después de haber experimentado con otras producciones y que, sin dudas, le abrieron la posibilidad en el cine de mercado para que “le sea permitido y/o perdonado”, el riesgo de contar a su manera.
Cineastas como Kiarostami, Malick o Tarkovsky ya han desafiado, con el facto de animarse a romperlas, las reglas narrativas*. Han sabido mandar al catzo, con el riesgo que significa cuando se vive de eso, algunas premisas impuestas que todo director, se supone, debe respetar. ¿De qué hablamos? Del camino del héroe, de esa fórmula harto probada desde los griegos y sus odiseas hacia acá. Ese orden correlativo de propuestas emocionales que nos aseguran, y le choreo una frase a Les Luthiers en Cartas de color, “el éxito y el aplauso inmediato”. No por algo el cine de mercado pre estrena y testea con público “normal”, ese muestreo que luego mutará a gran público, una peli; y encuesta pareceres sobre lo que está bien o mal en la obra, desbaratando el hecho único y genuino que debería significar la creación. Desde ahí, de esos controles y encerronas pro money, deriva el llamado cine de autor, cuya traducción sería: no metieron tanta mano en lo que quise decir.
Para no agotar y entender, lo que está en juego no es la valoración de un artículo, ni siquiera la construcción de saberes de todxs y cada unx para disfrutar de una peli, puede que estemos jugándonos cuestiones culturales mucho más profundas, esas que nos conducen, asistiendo a estas narrativas no tan convencionales, a la invocación de una realidad convenida más cercana a lo que somos y no a la que nos pretenden. Pero es una ficción, es un artificio, dirán; si, ¿pero cuánto de ese artificio comunicado explícitamente termina convenciéndonos de lo que no es?
Territorios sagrados
Quizás toda esta subjetiva opinión encuentre más fundamento al hablar de la propuesta de cine del domingo 17 de marzo en La Territorial, en el Centro Cultural y Social El Birri. Ese día compartiremos, con la presencia de uno de sus realizadores, “Territorio sagrado, en defensa del Kintuante”, que nos habla de la resistencia del pueblo Mapuche en el sur Chileno. También estaremos recordando a la querida Chabela Zanutigh, mediante la recopilación de audios y videos que pretenden mantener viva y despierta la memoria militante de la compañera.
Les dejo una big data más sobre Kintuante, con suerte un desafío que pueda interpelarnos: es un cine contemplativo y habla de Mapuches, lleva la cadencia del Pilmaiken, el rio de las almas, el que no puede ser detenido, ya sea por el valor del agua misma o por su mitología, el que pretenden desmembrar con una represa hidroeléctrica. Da testimonio de una raza diezmada que todavía insiste en proponer el respeto y la vida armónica con la Pacha.
Como la invitación es a pensarnos pregunto: ¿qué somos?, ¿río o represa?; y tomando en cuenta el inicio de este texto: ¿por cuál lugar optaremos?, ¿por la parsimonia de Cleo o por la urgencia del espectador?
Sábado 17 en El Birri.
Les esperamos.
*Para tener una idea de lo que significa romper las reglas narrativas en el cine podemos compararlo con el lenguaje inclusivo. Siendo la RAE la referencia de los que han aprendido esas reglas y no van a permitir que, una vez aprendidas las lecciones, venga alguien a patearles lo establecido. En la raíz, lo que se está disputando no es el lenguaje sino un espacio en el altar que propone el conocimiento.
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