En una nota anterior recuperamos los entretelones del carnabarrial de 2008, “el Carnaespacial”, recordado como la noche en la que la Birrilata hizo una de sus primeras apariciones como comparsa del Centro Cultural y Social. En esta ocasión queremos sumergirnos en otro de los primeros carnavales: “El Río que Ríe”, que hace diez años atrás, en febrero de 2009, pasó a la historia como una “puesta en escena satírica e impresionante”, “una comparsa gigante”.
Dicen por ahí que fue uno de los carnavales más multitudinarios en cuanto a la convocatoria barrial y que la Birrilata fue muy numerosa. El periódico “Mascarita, la voz de los carnavales” lo precisa: la flamante comparsa de El Birri estuvo compuesta por 140 integrantes, un número que a la luz de las formaciones de los cuerpos de baile, toque y circo de los últimos años ya no sorprende tanto pero en ese entonces fue muy impactante.
Los registros audiovisuales nos muestran un desfile de personas de todas las edades que tocan, bailan y nadan en un río convulsionado por personajes funestos, alimañas y basura. Entre los instrumentos prestados e inventados se cuelan varias latas. Un militar escalofriante dispara veneno a niños endiablados, una criatura indescifrable ostenta un cartel que dice “agrotóxico”, un cocodrilo y un moncholo descomunales se escurren entre la gente. De repente, en un tramo del recorrido, una red naranja atraviesa la calle e intenta atrapar a todo bicho y ser contaminante que se cruza.
Registro a cargo de Betania Cappato
Entre quienes inician el desfile identificamos a Gabriela del Agua, quien conformaba la comparsa de candombe Cambá Nambí y junto a Daniela Cometto ese año coordinó el cuerpo de baile de la Birrilata. Gaby, que participó de muchos otros carnavales bailando y tocando, nos cuenta que “los chicos empezaban a caer de a poquito” y a medida que avanzaba enero se multiplicaba el esfuerzo porque había “pocos adultos y muchos niños”.
Fue por esos días que se gestó el hábito de organizar largas caminatas de tambores por las calles del barrio San Lorenzo con el objetivo de invitar a los ensayos. Según rememora Gaby*, los días previos a la noche del carnaval se volvían particularmente agitados: “más allá de estar a las corridas y no saber cómo hacer con el vestuario, siempre la prioridad era que participaran todos los chicos que querían formar parte. Cerca de la fecha explotaba la cantidad de niños y nos veíamos muy desbordados, caían de a diez o quince, no tenían vestuarios y no sabíamos cómo hacer para que todos pudieran participar… siempre nos la rebuscábamos y dábamos maña para que salgan todos, para que sea algo popular. Para nosotros eso era primordial”.
Daniela Cometto nos explica que durante los ensayos se practicaban pasos de murga pero también de candombe, ya que se trabajaba en equipo con las bailarinas de Cambá Nambí. La alegría de les niñes y jóvenes durante la noche del desfile, entendido como punto culmine de un proceso marcado por el esfuerzo y la pertenencia es, para ambas, la estampa de los carnavales. Entre lágrimas, Dany insiste en la importancia de esa noche: “los chicos y las chicas iban viviendo toda una transformación a medida que iban enganchando los pasos y era el conjunto de todo lo aprendido, era poder caminar con la hermosa comparsa por nuestro escenario: las calles”.
Como dijimos, la comparsa tenía percusión y un cuerpo de baile pero no se terminaba ahí. Entre los personajes funestos se destaca uno encarnado por Aparicio Alfaro, quien había llegado a El Birri para participar del taller de teatro de Sebastián Santa Cruz. “Evidentemente yo siempre he tenido cara de malo porque me acuerdo que el Seba me dijo: ‘tengo el disfraz exacto para vos’. Y me disfrazaron de una especie de soldado norteamericano que tiraba pesticidas. Salí lookeado de milico, parecía un boina verde norteamericano. Atrás tenía una especie de tanque, un arma y tiraba agrotóxicos a la gente. No era solo la cuestión del disfraz, sino que también tenía sentido y con lo que está pasando últimamente con las fumigaciones se vuelve cada vez más actual”, comparte Aparicio. Entre sus recuerdos, destaca la diversión inigualable y la “sensación de lo colectivo”: “No era una cuestión caritativa, era una cuestión comunitaria de verdad, de estar haciendo algo entre todos, y estaba muy bueno eso de que hubiera arte, arte comunitario, arte con la gente del barrio alrededor de El Birri”.
Manuel Venturini y Matías Arce, los titiriteros que transpiraron adentro del moncholo y el cocodrilo respectivamente, consideran que “El Río que Ríe” fue un carnaval visagra en la historia de la Birrilata porque ese verano comenzó a construirse una estética propia. “El Carnaespacial ya había estado muy bueno, pero la cantidad de personajes y la producción de 2009 comenzó a perfilar el concepto de la Birrilata”, asegura Matías.
Manu relata cómo armó el moncholo “con un colchón re podrido” que encontraron en la ex estación y recupera las largas tardes de trabajo en el espacio entonces demolido que hoy es nuestra Sala Popular de Teatro, desde donde se podían escuchar y mirar los ensayos de la comparsa. De una altura total de unos tres metros, el muñeco tenía una cola enorme, aletas y bigotes gigantes: “La cabeza me llegaba a la panza del muñeco y ahí tenía una rejita para poder ver. Ese año el desfile siguió un recorrido distinto y fue particularmente largo, ya que arrancaba sobre calle Bv. Zavalla y después doblaba por Gral. López”, nos cuenta. Además, entre los condimentos mágicos de la noche, Manuel recuerda el Momo que armó Ulises Bechis, un pescado gigante.
Mati Arce necesita irse un poco para atrás y contar su experiencia durante el desfile del Carnaespacial: “en 2008 había sufrido mucho con los títeres gigantes, estaban envuelto en tela y cuando doblamos por San José nos agarró un viento que… encima lo hice en ojotas”. Fue por eso que el cocodrilo se hizo con tiempo, con algunas recomendaciones de Jorge Delconte y mucho reciclaje: “Agarré los chalecos que habíamos hecho para los marcianos el año anterior, le metí unos soportes especiales con cuero y le adapte el calce. En vez de ser vertical, el cocodrilo estaba en forma horizontal sobre mi cabeza y entonces era más liviano. La tela también era la que habíamos rescatado de los marcianos, que eran verdes”. La historia del cocodrilo no terminó ese verano, ya que luego fue reutilizado para la escena final de una obra del grupo Extremistas Corporales y la cabeza anduvo dando vueltas en El Birri hasta hace poco.
El río rió y la creciente del carnaval hizo historia. Entre tambores, redoblantes y latas, con pasos de murga y de candombe, con títeres y actores, con organización e improvisación se fue tallando la Birrilata, la identidad de collage que armamos y desarmamos desde hace más de diez años. ¡Y por cientos de años más de cultura popular!
*Gracias a quienes revolvieron sus recuerdos y olvidos para ayudarnos a escribir esta nota: Gabriela del Agua, Daniela Cometto, Aparicio Alfaro, Matías Arce y Manuel Venturini.
28 diciembre, 2018 a las 3:15 am
David Carballo Presente!!
Sos Carnaval, Calle y Tambor.